Cuando en el pasado otoño la iglesia de la Santa Cruz y San Felipe Neri cerró sus puertas para ser restaurada, el propio obispo de la diócesis de Málaga, Jesús Catalá Ibáñez, se personó en las obras; allí inició su apuesta personal para que el templo recuperara su esplendor y su rehabilitación hiciera posible que el hermoso templo volviera lucir de la misma manera que se concibió en pleno barroco, cuando el Conde de Buenavista cedió su oratorio privado a los filipenses. Un año después, esa ilusiónha llegado a buen puerto y ayer se vivió el final de un capítulo a la vez que se iniciaba uno distinto. La obra que culminó Martín de Aldehuela en 1785 lucía de nuevo todo aquello que el tiempo y los avatares históricos se habían encargado de deteriorar o directamente eliminar.
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